Marcos tiene dos años y ya es un pequeño tirano. Por parte de sus padres hay mucho de ensayo y error en su crianza pues disponen de poco tiempo reloj para estar con él. Se manejan por intuiciones y están al borde del estrés: la madre trabaja 9 horas y el padre 12. Hasta ahora suplieron la escasa dedicación horaria dejándole hacer todo lo que quiere. Conscientes de que conviene revertir la situación cuanto antes, no saben por dónde empezar.
Muchas veces mimamos a nuestros hijos y estamos convencidos que actuamos con el amor debido. No es fácil diferenciar entre la ternura que ayuda a sentirse queridos y facilita la conquista de una sana autoestima, de los permisivos que les dejan a merced de sus impulsos.En la década de 1950 el doctor Benjamín Spokc planteó, entre otras teorías, la libre demanda del pecho materno. En la década siguiente algunas teorías de psicología del desarrollo llamaron la atención sobre este punto: estimular la libre demanda al pecho podría ser el primer paso para que después los padres no tuvieran claro cómo establecer la medida adecuada a otros requerimientos infantiles. Surgió un debate académico entre especialistas consultados por una generación de familias jóvenes en las que ambos progenitores trabajaban fuera de casa: las exigencias de la vida moderna distorsionaban las rutinas adecuadas para una buena crianza.
Tratar con ternura a los hijos les permite sentirse seguros y les proporciona confianza: un capital afectivo del que echarán mano a lo largo de toda su vida. Sin embargo cuando las manifestaciones de ternura son excesivas o desproporcionadas, como por ejemplo consentir por costumbre que a media noche se pasen a la cama grande, pueden ser un boomerang que retorna a los padres y el problema los desborda. Es arduo lograr el equilibrado límite entre un cariño exigente respetuoso de la singularidad de cada niño, del exceso de cariño que les colma de demostraciones de afecto desmedidas y un cuidado exagerado.
Mimar a los hijos puede ser egoísmo de los padres: manifestación de un amor en el que no nos entregamos gratuitamente sino que buscamos un autorreconocimiento y puede encubrir egoísmos adultos o propias carencias afectivas. Algunos padres dan demasiadas cosas a sus hijos en cierto modo ajustando cuentas con su propia infancia: "Mi hijo tendrá todo lo que yo no tuve". Al mimarlo, también se miman un poco a sí mismos. Sin mala intención y con desconocimiento, puede llegarse a una sobreprotección que no prepara al hijo para la vida, que le será más difícil a quien tuvo una infancia sofocadamente cómoda.
A los padres de Marcos les ha costado varias noches en blanco el montar guardia para lograr, de mutuo acuerdo, que el nocturno visitante, pataletas mediante, se dé cuenta de que no le van a servir más. ¡Pero lo han logrado!
No olvidemos que la palabra "no" también la pronuncia el verdadero amor.
Tratar con ternura a los hijos les permite sentirse seguros y les proporciona confianza: un capital afectivo del que echarán mano a lo largo de toda su vida. Sin embargo cuando las manifestaciones de ternura son excesivas o desproporcionadas, como por ejemplo consentir por costumbre que a media noche se pasen a la cama grande, pueden ser un boomerang que retorna a los padres y el problema los desborda. Es arduo lograr el equilibrado límite entre un cariño exigente respetuoso de la singularidad de cada niño, del exceso de cariño que les colma de demostraciones de afecto desmedidas y un cuidado exagerado.
Mimar a los hijos puede ser egoísmo de los padres: manifestación de un amor en el que no nos entregamos gratuitamente sino que buscamos un autorreconocimiento y puede encubrir egoísmos adultos o propias carencias afectivas. Algunos padres dan demasiadas cosas a sus hijos en cierto modo ajustando cuentas con su propia infancia: "Mi hijo tendrá todo lo que yo no tuve". Al mimarlo, también se miman un poco a sí mismos. Sin mala intención y con desconocimiento, puede llegarse a una sobreprotección que no prepara al hijo para la vida, que le será más difícil a quien tuvo una infancia sofocadamente cómoda.
A los padres de Marcos les ha costado varias noches en blanco el montar guardia para lograr, de mutuo acuerdo, que el nocturno visitante, pataletas mediante, se dé cuenta de que no le van a servir más. ¡Pero lo han logrado!
No olvidemos que la palabra "no" también la pronuncia el verdadero amor.