Pocos padres que el domingo celebran su día -comercial… sí, por eso démosle ahora un toque antropológico-, conocen la importancia de su acción para el hijo desde la fusión del óvulo y el espermatozoide.
Desde ese instante, el de la concepción, hay paternidad biológica y psicológica. Una paternidad ineludible, sépase o no, figure y actúe el padre como tal o no.
Luis
Pedro explica: Rosina dice que tengo que ayudarla y me desespero pues no sé
cómo agarrar al bebé, no sé lavarlo ni cambiarlo. Su amigo Pancho, con tres
hijos en su haber lo tranquiliza: nadie
sabe sin que algún bebé se lo haya enseñado, relajate, tu hijo será
precisamente tu maestro.
Luis
Pedro y Pancho pertenecen a la nueva generación de papás que ni se plantean que
el cuidado
material del bebé sea exclusiva tarea de la madre. Simplemente unos
lo hacen con mayor habilidad que otros. Van adquiriendo seguridad a medida que añaden
al sentido común, una dosis de buena voluntad. La práctica hace el resto.
El
recién concebido y después como recién nacido, esa personita indefensa precisa
de los cuidados materiales de ambos progenitores para lograr un óptimo
desarrollo físico, afectivo e intelectual. Existe además una razón científica
que a veces se pasa por alto: el niño ha tenido presente a su padre desde el
momento de la concepción.
En
la íntima y constante colaboración que produce su aporte celular al óvulo
fecundado, en la rápida y progresiva multiplicación celular que lo convierte en
cigoto primero, en embrión después y luego en feto anidado, ya está el padre
actuando con su aporte genético: él ha hecho posible la incipiente vida.
Tener
presente esta realidad ayuda a los papás a sentirse más seguros a la hora de
cuidar materialmente al recién nacido y repartir responsabilidades con su
esposa según las preferencias de cada uno.
Investigadores
de la California State University han presentado sus conclusiones en la
Convención Anual de la Sociedad Americana de Psicología. Entre ellas, destaca
la que afirma que los hombres que han tenido un mayor apego paterno manejan
mejor su estrés y ansiedad. Los que tuvieron relaciones paternas pobres,
tendrían un 4% más de riesgo que el resto de hombres de tener mal genio.
A
un bebé no se lo conoce bien si no se le ha tenido mucho en brazos, si no se le
ha cambiado, bañado, si no se ha jugado con él a esos infinitos juegos que
provocan risas, balbuceos y grititos de felicidad. Esas actividades
alimenticias, higiénicas y lúdicas aunque parezcan triviales, le permiten
aprender a ser uno más de nosotros y a la vez alguien individual y diferente a
todos: único.
Los
dos primeros años son cruciales en la vida de una persona. Es cuando incorpora
la mayor cantidad de información acerca de lo que sucede a su alrededor. Si el
padre no está y no interactúa mucho, la figura paterna no figurará entre sus
adquisiciones tempranas y perderá la oportunidad de tener la impronta paterna
en sus matrices originales (las que graba en los primeros días e incluso en las
últimas semanas de su vida intrauterina).
Cuando el padre está activamente
presente también sale ganando él, pues no se pierde esa maravillosa e
irrepetible etapa de su hijo.