Se ha sabido a través del entrenador de la selección mexicana de
fútbol. Los jugadores y el cuerpo técnico, durante su participación en el
Mundial de Brasil, hicieron un pacto: apagar sus celulares en las horas en que
estuvieran compartiendo los alimentos. Serían momentos a full para convivir y
reforzar su integración. Pensaron que si cada uno iba al comedor con su
celular, la conversación estaría muy interrumpida. ¿Verdad que es una buena idea para implementar en nuestra jornada?
A veces, no solo en las películas, sino también en la realidad, se
ve en cafeterías y salas de estar a novios, matrimonios, padres e hijos, o
amigos muy entretenidos con sus celulares. No miran a los ojos a los demás, se comunican
más con el celular que con sus interlocutores de carne y hueso. No llevan una
conversación, no se comunican verdaderamente.
Hay quienes tienen una dependencia grande al celular: no saben
vivir sin él, se sienten perdidos e inquietos. No disfrutan el silencio para
reflexionar, analizar, contemplar la naturaleza, conocerse mejor a sí mismos o
hablar con Dios.
necesidades de amigos o familiares, dar ternura a quienes lo precisan, a tener “cerca” a los hijos, estar “juntos” a pesar de la distancia… siempre que hagamos un buen uso de ese medio de comunicación. De lo contrario, puede “esclavizarnos”, convertirse en una cadena que nos impida construir una verdadera y humana relación personal con los demás, trabajar o estudiar bien, encontrarnos algunos momentos al día en exclusiva con Dios.
Hay quienes han conseguido librarse de este peligro manteniendo el
celular encendido con horarios, con sentido común frente a situaciones del día a
día: laborales, familiares, etc. Lo usan para hacer las llamadas necesarias. Han
comprendido que, de tenerlo prendido todo el día y por la noche, van a entrar
continuamente mensajes o llamadas y, podrían caer en la tentación de considerar
que “no tienen más remedio” que responder. Por hacerlo, no atenderían bien su
trabajo o a las personas con quienes están hablando.
Tenerlo en vibración, sin sonido puede ser un engaño. Nos inquietaría
pensando en “qué o quién puede ser” e impediría poner el cien por ciento de la
cabeza y el corazón en la persona con quien estamos.
Seamos libres en el uso del celular. ¿Para qué? Para servir y amar
mejor, para trabajar a conciencia, para cultivar el amor familiar y las
amistades con miradas afectuosas que denotan cuanto nos interesa lo que nos
están diciendo.