La ansiedad de acertar en la crianza y educación de nuestros
hijos lleva a algunos padres a desear y
buscar “recetas” para tratar al mayor, al de en medio, al hijo único etc. Sin
embargo lo que más influye en todos los hijos sea cual sea el lugar que ocupen
en un orden de llegada, es
es la que tiene más en cuanta la individualidad de cada
hijo, su temperamento y carácter, sus fortalezas y hándicaps y también, cómo
no, si es varón o niña. Solo si los
padres se esfuerzan en tratar a cada uno en serio y no a todos “en serie”
crecerán con un autoconcepto armónico y positivo.
Para que cada hijo encuentre su
lugar en la familia y se sienta a gusto y feliz en él, los padres han de
conocer muy bien -por la observación contrastada de padre y madre- sus
sentimientos, reacciones y emociones. Y sobre todas las cosas, tener
criterios certeros más que recetas prefabricadas.
La condición natural de “ser hermanos” se da cuando los chicos son
hijos del mismo padre y la misma madre, situación que facilita acertar como
progenitores. Sin embargo no podemos cerrar los ojos a la realidad dada la
plaga de las separaciones. En las familias “compuestas” también se suelen designar “hermanos”
a
aquellos chicos que viven juntos sin tener los mismos progenitores. Esta
situación no reviste todas las notas de la fraternidad natural y exige unas
pautas de educación adecuadas a su situación. Hoy hablamos de la educación de los
hermanos de sangre.
Por ser la familia el ámbito natural en el que adquirimos
nuestra identidad y construimos nuestra autoestima, la presencia de los padres,
su “hacer “ o “dejar de hacer”, reviste una importancia capital en el
desarrollo de una personalidad sana y equilibrada. Su influencia no es la única: también cuenta
la presencia o ausencia de hermanos.
Estudiosos, libros y revistas
especialidades, suelen asignar roles estereotipados al lugar que cada hijo
ocupa en sistema familiar. Así se considera que sí o sí, el mayor es
“autoritario”. El de en medio -el hijo “sándwich”- tiene que luchar para
ganarse su lugar y el “benjamín” sería un malcriado.
Ludwig von Bertalanffy[1] en su teoría de los sistemas
aplicados a la familia afirma que ésta no es una simple suma de personas: es un
sistema unitario con subsistemas. Uno de ellos es el subsistema fraterno al que
otorga gran relevancia. Porque, en la infancia, es muy positiva la influencia de
los hermanos tanto en el proceso de socialización como en la crianza sin
caprichos y aprendiendo a compartir. Estos aspectos, llegada la adultez, en el
momento del relevo de generaciones, el hijo único puede notar la carencia del
apoyo moral y emocional de tener hermanos.
En la primera y segunda infancia, surgen espontáneamente normas que se ponen
entre ellos a través del juego, del uso del baño, de tener que compartir el
armario, el cuarto o los juguetes, y sobre todo de tener que compartir el mismo
papá y la misma mamá. Al principio el niño puede sufrir cuando comprueba que su
mamá se pasa horas unida un nuevo bebé al amamantarlo, o que sus tíos y abuelos
que antes lo buscaban a él apenas entraban a su casa, ahora van directo hacia
el bebé. Este desfasaje de atención es
bueno, aunque nos parta el corazón ver su carita de tristeza. ¿Por qué? Porque se van acostumbrando a que, en la
vida, no recibirán toda la atención de todo el mundo y siempre.
Los chicos crecen emocionalmente
sanos en la medida en que se les brinde cariño
incondicional, libre de
comparaciones con los hermanos y basado en la aceptación de sus
limitaciones y talentos únicos y particulares. ¿Acaso la manzana no tiene
propiedades de las que carece la banana y viceversa?
Continuando con el símil
alimenticio de la frutera, la variedad de caracteres y situaciones en los
hijos, supone una riqueza. ¿Qué se aprecia más, una frutera llena de sólo
naranjas u otra surtida además con bananas, mandarinas y manzanas? La
diversidad hace que cada fruta se destaque y enriquezca al conjunto. En una
familia son igualmente importantes cada uno de los hijos por su irrepetible
individualidad. Lo verdaderamente determinante es el modo cómo los padres
tratan a cada uno. ¿Qué pueden hacer, cuando tiene mucho trabajo, para que cada
hijo sienta su valor incondicionado? Enfrentar generosamente la falta de tiempo
y lograr unos momentos en exclusiva para cada uno ya sea al ir a la cama o para
dar un paseo, escuchar sus cuentos con verdadero interés o respetar sus
silencios. No necesitan reclamar nuestra atención si perciben nuestro interés
por ellos al reconocer sus aciertos o señalar firme y cariñosamente lo que debe
mejorar.
Los padres descubren muchas
cosas de cada uno de sus hijos diálogos serenos mate por medio, y comparten los
modos complementarios, femeninos y masculinos, de enfocar las necesidades y
progresos de cada una de las “frutas” que engalanan la mesa familiar.
El primer sentimiento de
un niño ante la exclusividad de la mamá, no suele ser con los hermanos sino que
aparece cuando descubre que a ésta le gusta hacer otras cosas y estar con otras
personas además de con él, por ejemplo, con su papá. Aceptar este triángulo ya
supone un crecimiento emocional, si en esta situación colaboran padre y madre y
asumen que no es malo que los niños sientan celos. Estos son una emoción, y las
emociones, por definición son pasajeras. El niño pequeño no es consciente de lo
que le está pasando. Como toda emoción pueden desaparecer o acendrarse en algo
pasional y de difícil manejo pero desaparece con el paso del tiempo cuando
comprobamos que no hay motivo para darle cabida.
Con frecuencia se cargan excesivamente las tintas sobre conflictividad y posibles
crisis de celos entre hermanos. Pueden existir, ciertamente, pero sin olvidar
la positiva funcionalidad de la relación fraterna en la futura inserción
personal, laboral y social de cada chico. Cierta
competencia entre hermanos por obtener el cariño de los padres es normal. El
grado de normalidad depende de las actitudes de los adultos para mantener la
paz del hogar. Si durante un embarazo
han hecho participar a todos los hermanos en los preparativos para la llegada
del nuevo bebe; si los niños han escuchado latir su corazón y han sentido sus
pataditas es más llevadero el conocido síndrome del príncipe destronado que
Miguel Delibes hizo famoso en una de sus primeras obras como novelista.
Es en el interior de la
familia donde encontramos la primera ocasión de relacionarnos y resolver
situaciones conflictivas que nos preparan para, en el futuro, ubicarnos en un
núcleo social. Por eso los niños que tienen hermanos están muy entrenados
cuando empiezan la escuela, más adelante el liceo, la universidad, la vida
laboral y un proyecto de vida propio.
[1]
Ludwig von Bertalanffy (1901-1972). Biólogo y filósofo austríaco. Fue uno de
los primeros en tener una concepción sistemática y totalizadora de la biología
organicista, por considerar al organismo como un sistema abierto en constante intercambio
con otros sistemas circundantes por medio de complejas interacciones.