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28.3.24

Mantener identidad al casarse

 

Cada vez más las mujeres mantienen el apellido de solteras. Sienten que cambiarlo sería como perder su identidad.

En algunos países las mujeres, al casarse, mantienen la costumbre de cambiar su apellido de soltera por el de su marido o colocar el prefijo "de" en el medio de los dos. En otros, se suele usar un guion entre el apellido de soltera y el del hombre a quien dimos nuestro "sí".

Estas tendencias parecen estar en vía de extinción. Cada día más mujeres mantienen su apellido de solteras al casarse y no se plantean anexar el del marido. A muchos hombres les parece justo que la esposa no lleve su apellido, pero se sienten satisfechos si optan por agregar el "de".

Verónica Peña, consultora familiar explica cómo,  antes de la revolución sexual de los años 60 las mujeres adoptaban el apellido de su marido como señal del estado civil o para expresar la primacía de sus valores al formar una familia cuya cabeza era el varón: "Adoptar el apellido del marido permitía conformar sentimientos de pertenencia en la unidad familiar, identificándose junto a sus hijos bajo la figura del padre. Los valores morales conducían a que una mujer debía estar casada para convivir junto a un hombre". Peña también señala que "ahora, la mujer insertada en el ámbito laboral antes de casarse, suele mantener el apellido con el cual se ha abierto campo profesionalmente".

El tema del apellido de casada es una decisión muy personal que suele pasar por las costumbres y modas. Muchas mujeres utilizan el apellido de su marido sólo por estatus, algunas lo hacen porque están muy orgullosas de manifestar su condición de casadas y otras para que conste su condición frente a los compañeros de trabajo y librarse así de algunos tipos de acoso.

Elisa comenta: "No quise modificar mi apellido al casarme porque me parece una pérdida en mi identidad como mujer. El prefijo `de` me suena raro. Siento que, ante la ley y los demás, no soy `de` nadie aunque sí en mis sentimientos y mis responsabilidades". Carina piensa que depende mucho del tipo de relación que se tiene con el esposo: "Orgullosamente soy `de` González: mi identidad no se ha visto afectada pues me casé para toda la vida, llevo 20 años con mi marido y vislumbro que aún me queda mucho de vida con él. Utilizar el `de González` refuerza quien soy pues somos con mi marido un `nosotros`". Patricia se plantea: "Ninguno de nuestros maridos anexa nuestro apellido al suyo. ¿Acaso perderían su identidad si modificaran su apellido o será que ellos no hacen una entrega total al casarse?"

Por estas y muchas más razones, en este tema no está dicha, ni mucho menos, la última palabra. Lo que sí queda claro cuando una madre firma con su apellido y el de su marido, es que los hijos son de los dos.

                                Ana María Abel  Mag. Ciencias Familiares

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8.3.24

Países que visitan este blog

 


Gran noticia al alcance de todos

La experiencia común parece abogar por un idéntico y repetido desarrollo conyugal: las alegrías del matrimonio van decayendo con el paso de los años. Las cosas están llamadas a empeorar. La tasa de divorcios continúa creciendo. Y el número de personas que se casan parece caer en picado, además de aumentar el de las relaciones esporádicas. Todo esto, sin embargo, no está generando la felicidad que prometía… y que todos anhelamos. Parece que más bien es al contrario. La gran pregunta es:

¿estamos condenados a que este sea nuestro destino, o hay algo que podemos hacer para lograr matrimonios felices y para siempre?

No se enfocan de la manera oportuna tres aspectos a revisar:

1. Dar por supuesto que el futuro de mi matrimonio depende de factores como: la suerte (a la que solemos achacar muchos más efectos de los que le corresponden), mi cónyuge, nuestros hijos, la familia política, la situación laboral o económica o la sociedad en la que vivimos.

2. Caer en la tentación, cuando algo no funciona, de pensar que es mi cónyuge quien debe cambiar, en lugar de poner el centro de gravedad en la única persona sobre la que podemos incidir: nosotros mismos.

3. Actuar, cuando nuestro cónyuge lo hace de forma dañina y negativa hacia nosotros, como si no tuviésemos otra opción que la de “pagarle con la misma moneda”.

Los responsables de que cada matrimonio sea lo que está llamado a ser no son la sociedad, ni el ambiente, ni la economía, ni las circunstancias externas, sino la falta de determinación, que lleva a no poner real y libremente en juego todos los medios a nuestro alcance para hacer que el matrimonio y la vida conyugal resulten cada vez más plenos y gratificantes.

Por eso, dentro del panorama actual, un matrimonio feliz y para siempre no es solo una gran aventura, sino incluso una hazaña, que mantiene todos los componentes positivos de la aventura… ¡y los supera!

La gran noticia es que esa proeza está al alcance de todos los que sinceramente quieran llevarla a término.

  VerEDUfamilia    


 

5.3.24

Trabajo y vida familiar plenamente humanas

El desarrollo humano integral supone la conciliación entre vida familiar y trabajo. Tema muy tratado últimamente tanto en las empresas, como en reuniones sociales y por quienes se proponen como tarea el acompañamiento familiar, tan necesario hoy en día.

La vida familiar tiene gran importancia, al igual que el desarrollo personal y el trabajo profesional. La familia, el trabajo y los días de fiesta exigen ser vividos como bendiciones y dones de Dios íntimamente unidos y necesarios en un momento de cambios socio económicos como los que estamos viviendo.

Sin embargo, está la dificultad de que cada vez más la lógica del máximo rendimiento para aumentar la producción y el consumo, van en detrimento de las relaciones humanas y de los valores espirituales. En ocasiones, las personas que trabajan fuera del hogar, se ven sometidas a trabajar los siete días de la semana y el día de descanso se dedica solamente a la evasión, y no a actividades que eleven el espíritu y propicien los lazos familiares.

También sucede que, en algunos casos los jefes consideran más productivas a las personas solteras, debido a que no tienen responsabilidades familiares.

El empleador y el trabajador deben considerar la productividad dentro de la empresa, no para el máximo rendimiento a cualquier costo, sino facilitar el hacerlo compatible con las exigencias de la familia, de la sociedad, de la protección del ambiente. A las empresas que ofrecen flexibilidad de trabajo a medida de la familia, se las llama “familiarmente responsables” porque tienen en cuenta que sus empleados son personas con necesidades de crecimiento personal, de dedicación al matrimonio y la familia, así como de esparcimiento.

Cada persona en su ámbito familiar tiene que plantear la distribución de las labores domésticas con un acuerdo común de parte de todos los miembros de la familia. Así el día de descanso puede convertirse en un día que ilumina el sentido de la vida, del trabajo de la familia. Eso ayuda en gran manera a vivir una existencia plenamente humana.


 En muchas ocasiones, la familia no recibe adecuadamente el sostenimiento político, jurídico y económico que facilite esto debido a un pesado condicionamiento de complejas dinámicas disgregadoras.

La conciliación de la vida laboral, familiar y personal es una línea de trabajo que se debe impulsar como parte de las políticas de igualdad con el propósito de transformar la desigual distribución de las tareas domésticas y de cuidado socialmente asignado a las mujeres.

Los 7 mejores consejos 

La pregunta es, ¿lo escuchamos?

¿Sabes cuánto es el tiempo promedio que destina una persona a redes sociales cada día?  A inicios de febrero 2024 “We are social” publicó los datos de consumo digital correspondientes al año precedente. Los datos muestran que 6,2 de cada 10 seres humanos tienen actividad digital y que 6,9 de cada 10 personas en el mundo usan un teléfono celular. El promedio diario de consumo digital es de 6 horas y 40 minutos.

Quizá más que datos es también nuestra experiencia: pasamos tiempo consumiendo noticias, música o series en nuestra tablet o celular. Pero ese no es el punto: mucho de lo que vemos o escuchamos se queda en nuestra memoria y por eso continúa en nuestra mente o imaginación incluso cuando nuestra tablet o celular están apagados o lejos de nosotros.

Eso nos enseña algo: ante todo que Dios quiere comunicarse con nosotros (…) por eso la voz del Padre pidiéndonos escuchar a su Hijo se extiende hasta nosotros.

La pregunta es, ¿lo escuchamos?

Es bastante probable que, si nuestra mente está inundada por las imágenes o los sonidos de las redes sociales, dificultemos el que la voz de Dios llegue hasta nosotros.

Más que invitar a un ayuno digital creo que lo virtuoso es exhortar a una ascesis digital, es decir, a un uso disciplinado de lo digital (…)  Se trata de probarnos a nosotros mismos que ponemos los medios adecuados para escuchar a Dios.

Es maravilloso pensar que escuchando se ama. Y es todavía más maravilloso reconocer que si Dios nos habla es porque nos ama y porque tiene algo importante qué decirnos.

  Extracto de nota escrita por P. Jorge Enrique Mújica, LC. Director editorial de ZENIT News Agency.


 

28.2.24

Mamá, mujer, educadora, ingeniera, científica, extensionista, poeta y bruja

                                                            





TESTIMONIO de Julia: 

Soy Julia: mamá, mujer, educadora, ingeniera, científica, extensionista, poeta y bruja, entre otras cosas.

Me formé en la universidad pública como ingeniera química, siendo una de las primeras mujeres de mi familia en lograr un título de grado; pero no fue tempranamente que pude iniciar mi doctorado, el cual me abrió la cabeza y el alma.

Fue recién a mis 35 años, con dos criaturas pequeñas, en esas vueltas de la vida en que una tiene que reconstruirse. Retomar la vida profesional con dos crianzas pequeñas —con una de ellas en proceso de diagnóstico de una condición como es el autismo— es algo que no es visible. ¿Cómo se hace en estos tiempos para poder ver lo singular de cada persona? 

Seguir leyendo:  Testimonio de Julia


21.2.24

¿Normas o límites?

Las normas facilitan las conductas positivas.  Los límites sugieren algo rígido y sancionable.

Existe una tendencia generalizada a hablar de límites siempre que se toca el tema de la educación de los hijos: "estos chicos no tienen límites" o "a fulanito no hay quien le ponga límites". La palabra límite alude a una línea que marca la separación entre un terreno y otro, sugiere algo rígido e inamovible. Traspasarlo casi siempre merece una sanción. En educación familiar me gusta más hablar de normas.

Una norma puede ser útil en un determinado momento; en otro será necesario revisarla y ajustarla puesto que, la vida y especialmente la vida familiar, es muy dinámica. Las normas, si explicamos los por qué de las mismas, ayudan a los hijos a tener criterios claros sobre lo que se debe hacer y lo que no.

Cuando transitan la primera y segunda infancia van surgiendo espontáneamente entre ellos normas a través del juego, el uso del baño, la habitación compartida, los juguetes y, sobre todo, por el hecho de tener el mismo papá y la misma mamá: ¡me toca mí!, vale hacer esto… no vale hacer esto otro. Estas normas o costumbres naturales, que son fruto de la estrecha convivencia entre hermanos, no podemos dejarlas a su arbitrio. Si no son convenientes o justas, debemos mediar con nuestra autoridad paterna y, según el caso, dar explicaciones. La intervención paterna implica que, en vez de limitarlos, les abrimos las puertas de la inteligencia y de la voluntad al tiempo que educamos sus sentimientos.

¿Quién es partidario de menos límites y más normas? Porque cuando queremos señalar un límite casi siempre empezamos con la palabra "NO" y nuestras indicaciones fácilmente resultan ineficaces.

Al establecer y explicar una norma empezando la frase con expresiones claras y positivas, facilitamos su comprensión y vivencia. Vale la pena establecerlas en la familia, ayudar a su cumplimiento, respetarlas nosotros y modificarlas según las circunstancias.


Todo esto da pie, según las edades, a fructíferos diálogos entre padres e hijos. Reservemos la palabra "no" para ocasiones puntuales en las que es perentoria y entonces, pronunciémosla con la serenidad que otorga el amor: de esa manera se torna mágica.

Ana María Abel Mg. Ciencias Familiares

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