Sin embargo, está la dificultad de que cada vez más la
lógica del máximo rendimiento para aumentar la producción y el
consumo, van en detrimento de las relaciones humanas y de los valores
espirituales. En ocasiones, las personas que trabajan fuera del hogar, se ven
sometidas a trabajar los siete días de la semana y el día de descanso se dedica
solamente a la evasión, y no a actividades que eleven el espíritu y propicien
los lazos familiares.
También sucede que, en algunos casos los jefes consideran más productivas a
las personas solteras, debido a que no tienen responsabilidades familiares.
El empleador y el trabajador deben considerar la productividad dentro de la
empresa, no para el máximo rendimiento a cualquier costo, sino facilitar el
hacerlo compatible con las exigencias de la familia, de la sociedad, de la
protección del ambiente. A las empresas que ofrecen flexibilidad de trabajo a
medida de la familia, se las llama “familiarmente responsables” porque tienen
en cuenta que sus empleados son personas con necesidades de crecimiento
personal, de dedicación al matrimonio y la familia, así como de esparcimiento.
Cada persona en su ámbito familiar tiene que plantear la distribución de las labores domésticas con un acuerdo común de parte de todos los miembros de la familia. Así el día de descanso puede convertirse en un día que ilumina el sentido de la vida, del trabajo de la familia. Eso ayuda en gran manera a vivir una existencia plenamente humana.
En muchas ocasiones, la familia no recibe adecuadamente el sostenimiento político, jurídico y económico que facilite esto debido a un pesado condicionamiento de complejas dinámicas disgregadoras.
La conciliación de la vida laboral, familiar y
personal es una línea de trabajo que se debe impulsar como parte de las
políticas de igualdad con el propósito de transformar la desigual distribución
de las tareas domésticas y de cuidado socialmente asignado a las mujeres.