En agosto del año pasado,
Jessica Council (30 años) madre de un niño, notó que tenía dolor de
garganta. Simultáneamente comenzó a sospechar que estaba embarazada.
Decidió hacerse un control. El médico dijo que probablemente era un
bocio de tiroides. Le indicó pruebas y confirmó sus sospechas iniciales.
Todo estaría bien, dijo. Pero no todo estaba bien. El doctor había
leído mal los resultados.
15 de noviembre: Jessica comenzó a tener problemas respiratorios.
21 de noviembre fue a la emergencia.
22 de noviembre, tenía la garganta cerrada: no podía respirar. Le insertaron un tubo para administrarle oxígeno.
23 de noviembre,
le informaron que tenía cáncer. Ella ya sabía con certeza que estaba
embarazada.
Jessica y su marido Clint, comenzaron un viaje que pondría a prueba sus
convicciones. Clint describe la reacción de su esposa al conocer el
diagnóstico
como “una mezcla
de miedo y sorpresa”. El sintió “todas las emociones que se puedan
imaginar… a excepción de alegría. Yo era un caso perdido”. Jessica no
era la única amenazada por el cáncer: estaba embarazada por lo que,
cualquier tratamiento perjudicaría a su hijo por nacer, y posiblemente
lo mataría.
25 de noviembre, el ginecólogo aconsejó al matrimonio un aborto. Nunca vacilaron: “Esa nunca fue una opción, es blanco y negro”. Lo que fue menos blanco y negro era aceptar o no tratamientos. El oncólogo opinaba que la quimioterapia mataría al bebé, el ginecólogo decía que probablemente sobreviviría pero con daño cerebral. El matrimonio se negó a la quimioterapia. No tenían muchas opciones de tratamiento: la cirugía no era posible debido al lugar donde estaba localizado el cáncer. Cuando el bebé llegó al tercer trimestre de gestación, la decisión fue mucho más difícil. Según los médicos los riesgos eran mínimos porque el bebé estaba casi completamente desarrollado. Jessica siguió negándose a los tratamientos por el bien de su hijo no nacido. Su decisión dejó a los médicos “muy confundidos”. Clint confiesa que ni él ni su esposa sintieron que los médicos fueran totalmente sinceros respecto a los riesgos. Pero también dice que su esposa tenía otra razón para rechazar los tratamientos: “Jessica sabía que iba a morir de todas formas y quería dar al bebé todas las oportunidades que estuvieran a su alcance”.
25 de noviembre, el ginecólogo aconsejó al matrimonio un aborto. Nunca vacilaron: “Esa nunca fue una opción, es blanco y negro”. Lo que fue menos blanco y negro era aceptar o no tratamientos. El oncólogo opinaba que la quimioterapia mataría al bebé, el ginecólogo decía que probablemente sobreviviría pero con daño cerebral. El matrimonio se negó a la quimioterapia. No tenían muchas opciones de tratamiento: la cirugía no era posible debido al lugar donde estaba localizado el cáncer. Cuando el bebé llegó al tercer trimestre de gestación, la decisión fue mucho más difícil. Según los médicos los riesgos eran mínimos porque el bebé estaba casi completamente desarrollado. Jessica siguió negándose a los tratamientos por el bien de su hijo no nacido. Su decisión dejó a los médicos “muy confundidos”. Clint confiesa que ni él ni su esposa sintieron que los médicos fueran totalmente sinceros respecto a los riesgos. Pero también dice que su esposa tenía otra razón para rechazar los tratamientos: “Jessica sabía que iba a morir de todas formas y quería dar al bebé todas las oportunidades que estuvieran a su alcance”.
Noche del 5 de febrero: Jessica se fue a dormir con dolor de cabeza y náuseas. No se despertó. Al día siguiente el hospital declaró su muerte cerebral. Los médicos entregaron a Clint el visto bueno para efectuar el parto por cesárea.
6 de febrero:
nace la pequeña “Jessi”, pesando solamente 538 gramos. Los médicos
habían pensado que Jessica estaba embarazada de 25 semanas, pero después
de nacida la bebé se dieron cuenta que probablemente tenía sólo
alrededor de 23 semanas y media, que es el umbral absoluto de
viabilidad.
Clint: “Sobre eso sólo
puedo dar testimonio de la gracia de Dios: Jessica murió justo cuando el
bebé era viable para la vida fuera del útero”. Describe toda la
experiencia como “emocionalmente brutal” y admite que, a pesar de sus
firmes convicciones, el camino que recorrieron con Jessica estuvo lejos
de ser fácil: “A veces es más fácil ser generoso en cualquier cosa que
te pasa”, señala, “pero cuando se llega a perder a la persona que amas
más que cualquier otra cosa, es muy difícil”.
También fue difícil para su hijo de dos años y medio de edad. Después de la internación de Jessica, su hijo no pudo verla durante aproximadamente un mes. Durante ese tiempo ni siquiera miró o habló con Clint.
Después que
visitó a su madre comenzó a estar mejor. Al morir Jessica el niño
sufrió un período de aguda ansiedad por la separación que superó poco a
poco.
Clint, apenas
dos meses después de la muerte de su esposa, dice que está funcionando
en piloto automático, manteniéndose ocupado con el trabajo y cuidando de
sus dos hijos. En este punto él hace una
pausa. “Voy a ser muy franco”, dice, señalando que él quiere hacer lo
que pueda para ayudar a otros que puedan estar en una situación similar.
“Durante el primer mes, no podía: estoy queriendo significar
literalmente con esto una incapacidad. Yo no podía rezar”.
Describe la sensación como similar a la de un niño que es disciplinado por un padre: “A pesar que yo sabía intelectualmente que la relación estaba allí, aunque yo sabía que Dios me amaba, acepté todas estas cosas desde un punto de vista mental. Espiritualmente no sentía nada. Y no se trata de los sentimientos, sino que la alegría en Dios había desaparecido por completo durante casi un mes. Yo estuve funcionando únicamente en lo que yo sabía que era verdad desde el punto de vista mental”. Después de unas semanas pudo rezar de nuevo. El cansancio y el sufrimiento son palpables en la voz de Clint. Se detecta en él algo más: una resignación profunda no nacida de la desesperación, sino de una fe auténtica y arraigada que acepta que este sufrimiento fue en última instancia significativo, y que hay tragedias peores inclusive que la muerte.
En una nota escrita menos de dos semanas después de la muerte de Jessica, y enviada a un blog sobre la lucha con el cáncer, Clint escribió las últimas palabras que muchos esperarían escuchar de un hombre que acaba de perder a una esposa joven a quien amaba entrañablemente: “Alabado sea Dios. Amigos no duden de Dios, no se enojen con Él. Tengo el privilegio de haber tenido una esposa que estaba tan llena de amor. Alégrense conmigo. Dios ha bendecido a Jessica al llevarla a un lugar de perfecta paz y sin dolor. Tengo que estar agradecido por el tiempo que tuve con ella, en lugar de lamentar todas las cosas que nunca llegamos a hacer juntos”.
Jessica y Clint se conocieron en Greenville College School. En una entrevista con LifeSiteNews.com, Clint contó que había observado a la hermosa pelirroja sentada en el comedor universitario y le preguntó si podía acompañarla. Ella se negó. Clint no se dio por vencido. Pasó un año y medio insistiendo a Jessica antes que ella accediera a salir.
La pareja se casó dos años y medio después. “Tuve que trabajar muy duro para conquistarla, pero cada día valió la pena”. Se mudaron a Traveler’s Rest, Carolina del Sur, donde tuvieron un hijo. Eran jóvenes, tenían trabajo y salud, estaban enamorados, disfrutaban la vida.