El
Uruguay puede enorgullecerse de ciertos logros legales, algunos de los
cuales datan de largo tiempo. Entre ellos, la abolición de la esclavitud
y la de la pena de muerte. Los mismos traducen la importancia concedida
al respeto por la vida humana. Igual propósito anima la profusa
legislación tendiente a promover la salud de la mujer (en especial de la
embarazada), del niño y el adolescente (en particular aquellos en
situación de abandono), de los discapacitados, de los carentes de
recursos materiales, etc. En estos, como en tantos otros ejemplos, la
Sociedad, representada por el Estado, toma la responsabilidad de amparar
la vida y optimizar las condiciones para el desarrollo integral de los
más desamparados.
Nos enfrentamos hoy, nuevamente, a un proyecto de Ley para la despenalización del aborto voluntario, provocado, “contra natura”, o, como se lo llamaba en épocas ya pretéritas, quizás con menos hipocresía que hoy, “aborto criminal”.
Los
ginecólogos tenemos el privilegio, que a la vez implica una grave
responsabilidad, de ser testigos del comienzo de la vida humana.
En los últimos decenios, la tecnología (aplicada a la medicina) ha permitido adentrarse, cada vez con mayor precisión, en el fascinante
proceso del desarrollo del embrionario y fetal a lo largo de la
gestación. Medio siglo atrás, sólo era posible comprobar el embarazo al
segundo o tercer mes, a través de signos clínicos indirectos (atraso
menstrual, síntomas subjetivos evocadores), por signos de probabilidad
(modificaciones del tamaño y de las características físicas del útero y
de otros órganos femeninos) y, más tarde, por signos de certeza
(percepción de movimientos, palpación del feto,
auscultación de sus latidos). En años siguientes se dispuso, sucesivamente, de pruebas
indirectas (“del sapo” o de Galli Mainini) y directas (determinaciones
bioquímicas en orina o en sangre) demuestran la presencia de hormonas
segregadas por el embrión (hormona coriónica gonadotrófica).
Por
último, la ecografía ha hecho posible observar, a partir de pocos días
del inicio de la gestación, la presencia y desarrollo del saco
embrionario, la aparición del embrión, de su actividad cardíaca, sus
movimientos, etc.
El avance del conocimiento científico básico y aplicado,
permitió conocer con exactitud los sucesivos fenómenos relacionados al
inicio del embarazo: ovulación, fecundación, formación del cuerpo
amarillo gravídico, implantación, formación de la placenta, así como el progresivo desarrollo de los distintos aparatos y sistemas del nuevo ser en desarrollo.
Este “poderío” de la medicina no ha permitido, sin embargo, por lo que se desprende de las discusiones parlamentarias, aclarar en la mente de
los involucrados, el asunto del comienzo de la vida humana y por
consiguiente, el momento a partir del cual ésta es digna del mismo
respeto que en cualquiera de las otras situaciones mencionadas al
inicio.
Sin
embargo, basta un razonamiento no muy complicado ni apartado de los
hechos perceptibles, para llegar a la conclusión de que, una vez
fusionados los materiales genéticos procedentes de los gametos
progenitores (óvulo y espermatozoide), surge una célula viva, con
caracteres absolutamente nuevos, originales, únicos y distintos de sus
precursoras, poseedora de un potencial de desarrollo que le es propio.
Obviamente, esa célula viva es humana (no es porcina, ni bovina, ni canina…) y en virtud de la programación contenida en sus genes, tiene
la capacidad de comenzar a dividirse y proseguir haciéndolo, formándose
así, a partir del “zigote” inicial, series de células o “blastómeras”,
que progresivamente se van “especializando”, para dar origen a las tres
capas iniciales y a partir de ellas, a los distintos órganos del nuevo
ser, con sus respectivas funciones.
Desde la fecundación (que ocurre en la trompa de Falopio) en adelante, el desarrollo embrionario es un continuum, que sólo se divide en etapas para su mejor estudio y comprensión.
Ese nuevo ser humano individual, sólo requiere las condiciones que le
brinda el útero materno y, luego del nacimiento, el cuidado y la
alimentación (importancia del amamantamiento o su equivalentes), habida
cuenta de la inmadurez con que nace.
Con la exposición hecha hasta aquí pretendemos dejar establecido:
1) que la vida humana comienza con la fecundación;
2)
que el desarrollo embrionario y fetal es un proceso, del que el
nacimiento es tan sólo un “mojón” que señala el comienzo de la vida
extrauterina (y que festejamos en cada cumpleaños);
3) que ese nuevo ser es tan frágil y dependiente, tanto antes como después del nacimiento;
4) no existen momentos “clave” que indiquen que el feto es más o menos humano.
***
Otro
hecho referente al tema del aborto, que nos ha tocado vivir en el plazo
relativamente corto de cuarenta años, es el cambio progresivo en el
concepto de “viabilidad” fetal, o sea el momento a partir del cual es
posible, con la asistencia debida, que el feto nacido sobreviva. De la
definición anterior surgen las de “aborto” y “parto prematuro”, según
que el producto carezca o tenga -respectivamente- probabilidad de vivir fuera del útero materno.
No
muy lejos están los tiempos en que este límite entre ambos terrenos era
un peso fetal de 1,500 gramos. Poco a poco, casi sin advertirlo, los
obstetras fuimos haciéndonos a la idea de que a consecuencia de los
avances progresivos en el cuidado del recién nacido, cuando las
circunstancias obligaban, podíamos interrumpir el embarazo, aún con
fetos muy pequeños y relativamente inmaduros, los que, sin embargo, era
posible que sobrevivieran normalmente con los debidos cuidados.
Este hecho demuestra la
relatividad y especialmente el riesgo de establecer plazos, que son
siempre arbitrarios, a la hora de catalogar un feto como viable o no. Progresivamente, fue tomando cuerpo la “pediatría intrauterina”, cuyo paciente es el feto,
al que es posible controlar y medicar. En forma paralela, la
“neonatología” se fue imbricando a la anterior, para formar la
“perinatología”, que agrega, a las ya citadas, las medidas de
reanimación y cuidado postnatal.
Como
en otras áreas de la medicina, los mejores resultados derivan de la
prevención, en este caso, del control de la embarazada. La óptima
“incubadora” es el útero materno, pero cuando las condiciones se vuelven
adversas allí, es preferible -por razones de salud materna y/o fetal-
la interrupción del embarazo. Aún cuando ésta se realice en etapas
consideradas hasta hace no mucho tiempo como de no viabilidad, puede
lograrse hoy un recién nacido prematuro pero sano.
Estas consideraciones pretenden poner en evidencia:
1) el escaso valor de los plazos de “respeto” por nuestro paciente intrauterino y
2)
subrayar la total arbitrariedad e injusticia de establecer por ley las
doce semanas de gestación como una “fecha mágica”, antes de la cual se
puede sacrificar esa vida, como si tuviera menos valor y su supresión
fuese menos execrable que si se realizara más adelante (¿por qué no,
después del parto?).
***
Otro hecho que sorprende es
ver que esos mismos legisladores que hoy promueven la despenalización
del aborto, estudian concienzudamente las precauciones que deben
establecerse para con los embriones resultantes de la fertilización “in
vitro”. En otros términos que, por un lado aceptan la interrupción del
embarazo antes de las doce semanas, privando -como es obvio- de su vida a
un ser humano, y por otro admiten –más o menos tácitamente- el valor de
la vida de los embriones de unas pocas células (que evidentemente
también merecen ser resguardados).
***
Finalmente,
breves consideraciones sobre el ambiente conductual, por no decir moral
en que crece la idea, el proyecto de la despenalización del aborto.
Las coordenadas culturales han banalizado la sexualidad, reduciéndola, poco a poco, a uno de sus aspectos, el placer coital.
En
el último medio siglo ha aumentado, en todos los aspectos de la vida,
el hedonismo (búsqueda del placer por el placer mismo, librarse de las
complicaciones, de lo costoso, de lo que requiere esfuerzo). Como parte
de esta manera de pensar, la sexualidad se ha convertido en una
necesidad impostergable y urgente en la relación entre hombre y mujer;
no hay verdadero “amor” entre ambos si éste no pasa “por la cama” Se ha ridiculizado la continencia y -¡casi da vergüenza pronunciar la palabra!- la virginidad. Indirectamente,
el ambiente presiona a los jóvenes, apurando su iniciación sexual. Como
corolario, hay relaciones “apresuradas”, a veces sólo para cumplir con
los cánones sociales, sin el esperado mutuo compromiso, las que tienen
por consecuencia el cambio de compañero “como de camisa” y el notable
incremento en las enfermedades de transmisión sexual.
Todo
está dado para hacerlo fácil y sin consecuencias. Especialmente el
varón, se ha liberado de “ataduras”, de “temores”, se ha desbocado su
deseo por satisfacer sin medida el apetito sexual, cuando bien se sabe
que éste no está entre los imprescindibles e impostergables a riesgo de
comprometer la salud y la vida (como comer, beber, dormir, etc.). Las
mujeres, por ignorancia o llevadas por lo que dicta la norma, se adaptan
e incluso promueven tales conductas. No dudan en utilizar los
anticonceptivos hormonales (que no sólo no requieren prescripción como
ocurre con otros medicamentos, sino que se ofrecen gratuitamente o a
bajo precio); de este modo, las que creen estar “liberadas” se
convierten en “objeto sexual”; están prontas ante cualquier
circunstancia eventual.
Podemos
decir que hemos asistido a una “deshumanización de la sexualidad”. Esta
en general se saltea la etapa del discernimiento, que debería ser
previa en este caso como en toda otra conducta humana, habida cuenta del
desarrollo y omnímoda influencia del cerebro (telencefalización). Sólo
vale el principio del placer, domina, omnipotente, la pulsión, la
pasión.
La sexualidad ha sido, además, reducida a la genitalidad;
las manifestaciones de mutua atracción si no pasan por esta etapa (que
es una de ellas, pero no la única ni la primera), son descartables… La
información en la materia es pésima; la educación, que debería darse en
el hogar, brilla por su ausencia, en una época donde se habla sobre todo
con apertura, pero muchas veces no hay hogar o con quién hablar….
Si
se ha degradado el valor de la sexualidad a tal extremo, ¿cómo no va a
resultar una derivación previsible rechazar su principal consecuencia,
el embarazo, que requiere un compromiso existencial serio? Tan fácil
como copular irresponsablemente es eliminar el producto, ahora con el
visto bueno de la ley, sin pensar siquiera que se está sacrificando un
ser humano vivo e indefenso. “Si no se actúa como se piensa, se termina
pensando como se actúa”. Todo se justifica, todo se trivializa, todo se
acepta; campea el egoísmo, el falso concepto de “hacer el amor”, como si
el amor no fuera, más que recibir, dar y darse, respetar y proteger.
Los
conceptos de bueno y malo, incluso en cuanto a las consecuencias
alejadas que un aborto provocado suele tener para la mujer, se han
borrado. Se pretende que la legislación suprima definitivamente la línea
divisoria y avale todo. Se hace del asunto, por parte del legislador,
una cuestión de proselitismo: cuanto más permisivo sea, mejor; el
libertinaje toma el lugar de la libertad; tanto mejores serán los
gobernantes cuanto más favorezcan lo que le gusta y hace la mayoría, por
más que sea incorrecto e inclusive criminal. Todos “se lavan las
manos”.
Y para colmo de todo esto resulta lamentable, además, la situación
a que se ven enfrentados los ginecólogos; formados para defender y
conservar la vida y quienes deberán ser los “ejecutores” y cuya
conciencia (que algunos discuten!) quedará teñida de sangre inocente,
todo a causa de la irresponsabilidad de terceros, tanto de quienes
solicitan la ejecución de un aborto como de quienes votan la ley que lo
permite.
Dr. Ricardo POU-FERRARI
Médico-Ginecólogo
El Uruguay puede enorgullecerse de ciertos logros legales, algunos de los cuales datan de largo tiempo. Entre ellos, la abolición de la esclavitud y la de la pena de muerte. Los mismos traducen la importancia concedida al respeto por la vida humana. Igual propósito anima la profusa legislación tendiente a promover la salud de la mujer (en especial de la embarazada), del niño y el adolescente (en particular aquellos en situación de abandono), de los discapacitados, de los carentes de recursos materiales, etc. En estos, como en tantos otros ejemplos, la Sociedad, representada por el Estado, toma la responsabilidad de amparar la vida y optimizar las condiciones para el desarrollo integral de los más desamparados.
Nos enfrentamos hoy, nuevamente, a un proyecto de Ley para la despenalización del aborto voluntario, provocado, “contra natura”, o, como se lo llamaba en épocas ya pretéritas, quizás con menos hipocresía que hoy, “aborto criminal”.
Los ginecólogos tenemos el privilegio, que a la vez implica una grave responsabilidad, de ser testigos del comienzo de la vida humana.
En los últimos decenios, la tecnología (aplicada a la medicina) ha permitido adentrarse, cada vez con mayor precisión, en el fascinante proceso del desarrollo del embrionario y fetal a lo largo de la gestación. Medio siglo atrás, sólo era posible comprobar el embarazo al segundo o tercer mes, a través de signos clínicos indirectos (atraso menstrual, síntomas subjetivos evocadores), por signos de probabilidad (modificaciones del tamaño y de las características físicas del útero y de otros órganos femeninos) y, más tarde, por signos de certeza (percepción de movimientos, palpación del feto,
auscultación de sus latidos). En años siguientes se dispuso, sucesivamente, de pruebas
indirectas (“del sapo” o de Galli Mainini) y directas (determinaciones
bioquímicas en orina o en sangre) demuestran la presencia de hormonas
segregadas por el embrión (hormona coriónica gonadotrófica).
Por
último, la ecografía ha hecho posible observar, a partir de pocos días
del inicio de la gestación, la presencia y desarrollo del saco
embrionario, la aparición del embrión, de su actividad cardíaca, sus
movimientos, etc.
El avance del conocimiento científico básico y aplicado,
permitió conocer con exactitud los sucesivos fenómenos relacionados al
inicio del embarazo: ovulación, fecundación, formación del cuerpo
amarillo gravídico, implantación, formación de la placenta, así como el progresivo desarrollo de los distintos aparatos y sistemas del nuevo ser en desarrollo.
Este “poderío” de la medicina no ha permitido, sin embargo, por lo que se desprende de las discusiones parlamentarias, aclarar en la mente de
los involucrados, el asunto del comienzo de la vida humana y por
consiguiente, el momento a partir del cual ésta es digna del mismo
respeto que en cualquiera de las otras situaciones mencionadas al
inicio.
Sin
embargo, basta un razonamiento no muy complicado ni apartado de los
hechos perceptibles, para llegar a la conclusión de que, una vez
fusionados los materiales genéticos procedentes de los gametos
progenitores (óvulo y espermatozoide), surge una célula viva, con
caracteres absolutamente nuevos, originales, únicos y distintos de sus
precursoras, poseedora de un potencial de desarrollo que le es propio.
Obviamente, esa célula viva es humana (no es porcina, ni bovina, ni canina…) y en virtud de la programación contenida en sus genes, tiene
la capacidad de comenzar a dividirse y proseguir haciéndolo, formándose
así, a partir del “zigote” inicial, series de células o “blastómeras”,
que progresivamente se van “especializando”, para dar origen a las tres
capas iniciales y a partir de ellas, a los distintos órganos del nuevo
ser, con sus respectivas funciones.
Desde la fecundación (que ocurre en la trompa de Falopio) en adelante, el desarrollo embrionario es un continuum, que sólo se divide en etapas para su mejor estudio y comprensión.
Ese nuevo ser humano individual, sólo requiere las condiciones que le
brinda el útero materno y, luego del nacimiento, el cuidado y la
alimentación (importancia del amamantamiento o su equivalentes), habida
cuenta de la inmadurez con que nace.
Con la exposición hecha hasta aquí pretendemos dejar establecido:
1) que la vida humana comienza con la fecundación;
2)
que el desarrollo embrionario y fetal es un proceso, del que el
nacimiento es tan sólo un “mojón” que señala el comienzo de la vida
extrauterina (y que festejamos en cada cumpleaños);
3) que ese nuevo ser es tan frágil y dependiente, tanto antes como después del nacimiento;
4) no existen momentos “clave” que indiquen que el feto es más o menos humano.
Otro
hecho referente al tema del aborto, que nos ha tocado vivir en el plazo
relativamente corto de cuarenta años, es el cambio progresivo en el
concepto de “viabilidad” fetal, o sea el momento a partir del cual es
posible, con la asistencia debida, que el feto nacido sobreviva. De la
definición anterior surgen las de “aborto” y “parto prematuro”, según
que el producto carezca o tenga -respectivamente- probabilidad de vivir fuera del útero materno.
No
muy lejos están los tiempos en que este límite entre ambos terrenos era
un peso fetal de 1,500 gramos. Poco a poco, casi sin advertirlo, los
obstetras fuimos haciéndonos a la idea de que a consecuencia de los
avances progresivos en el cuidado del recién nacido, cuando las
circunstancias obligaban, podíamos interrumpir el embarazo, aún con
fetos muy pequeños y relativamente inmaduros, los que, sin embargo, era
posible que sobrevivieran normalmente con los debidos cuidados.
Este hecho demuestra la
relatividad y especialmente el riesgo de establecer plazos, que son
siempre arbitrarios, a la hora de catalogar un feto como viable o no. Progresivamente, fue tomando cuerpo la “pediatría intrauterina”, cuyo paciente es el feto,
al que es posible controlar y medicar. En forma paralela, la
“neonatología” se fue imbricando a la anterior, para formar la
“perinatología”, que agrega, a las ya citadas, las medidas de
reanimación y cuidado postnatal.
Como
en otras áreas de la medicina, los mejores resultados derivan de la
prevención, en este caso, del control de la embarazada. La óptima
“incubadora” es el útero materno, pero cuando las condiciones se vuelven
adversas allí, es preferible -por razones de salud materna y/o fetal-
la interrupción del embarazo. Aún cuando ésta se realice en etapas
consideradas hasta hace no mucho tiempo como de no viabilidad, puede
lograrse hoy un recién nacido prematuro pero sano.
Estas consideraciones pretenden poner en evidencia:
1) el escaso valor de los plazos de “respeto” por nuestro paciente intrauterino y
2)
subrayar la total arbitrariedad e injusticia de establecer por ley las
doce semanas de gestación como una “fecha mágica”, antes de la cual se
puede sacrificar esa vida, como si tuviera menos valor y su supresión
fuese menos execrable que si se realizara más adelante (¿por qué no,
después del parto?).
***
Otro hecho que sorprende es
ver que esos mismos legisladores que hoy promueven la despenalización
del aborto, estudian concienzudamente las precauciones que deben
establecerse para con los embriones resultantes de la fertilización “in
vitro”. En otros términos que, por un lado aceptan la interrupción del
embarazo antes de las doce semanas, privando -como es obvio- de su vida a
un ser humano, y por otro admiten –más o menos tácitamente- el valor de
la vida de los embriones de unas pocas células (que evidentemente
también merecen ser resguardados).
***
Finalmente,
breves consideraciones sobre el ambiente conductual, por no decir moral
en que crece la idea, el proyecto de la despenalización del aborto.
Las coordenadas culturales han banalizado la sexualidad, reduciéndola, poco a poco, a uno de sus aspectos, el placer coital.
En
el último medio siglo ha aumentado, en todos los aspectos de la vida,
el hedonismo (búsqueda del placer por el placer mismo, librarse de las
complicaciones, de lo costoso, de lo que requiere esfuerzo). Como parte
de esta manera de pensar, la sexualidad se ha convertido en una
necesidad impostergable y urgente en la relación entre hombre y mujer;
no hay verdadero “amor” entre ambos si éste no pasa “por la cama” Se ha ridiculizado la continencia y -¡casi da vergüenza pronunciar la palabra!- la virginidad. Indirectamente,
el ambiente presiona a los jóvenes, apurando su iniciación sexual. Como
corolario, hay relaciones “apresuradas”, a veces sólo para cumplir con
los cánones sociales, sin el esperado mutuo compromiso, las que tienen
por consecuencia el cambio de compañero “como de camisa” y el notable
incremento en las enfermedades de transmisión sexual.
Todo
está dado para hacerlo fácil y sin consecuencias. Especialmente el
varón, se ha liberado de “ataduras”, de “temores”, se ha desbocado su
deseo por satisfacer sin medida el apetito sexual, cuando bien se sabe
que éste no está entre los imprescindibles e impostergables a riesgo de
comprometer la salud y la vida (como comer, beber, dormir, etc.). Las
mujeres, por ignorancia o llevadas por lo que dicta la norma, se adaptan
e incluso promueven tales conductas. No dudan en utilizar los
anticonceptivos hormonales (que no sólo no requieren prescripción como
ocurre con otros medicamentos, sino que se ofrecen gratuitamente o a
bajo precio); de este modo, las que creen estar “liberadas” se
convierten en “objeto sexual”; están prontas ante cualquier
circunstancia eventual.
Podemos
decir que hemos asistido a una “deshumanización de la sexualidad”. Esta
en general se saltea la etapa del discernimiento, que debería ser
previa en este caso como en toda otra conducta humana, habida cuenta del
desarrollo y omnímoda influencia del cerebro (telencefalización). Sólo
vale el principio del placer, domina, omnipotente, la pulsión, la
pasión.
La sexualidad ha sido, además, reducida a la genitalidad;
las manifestaciones de mutua atracción si no pasan por esta etapa (que
es una de ellas, pero no la única ni la primera), son descartables… La
información en la materia es pésima; la educación, que debería darse en
el hogar, brilla por su ausencia, en una época donde se habla sobre todo
con apertura, pero muchas veces no hay hogar o con quién hablar….
Si
se ha degradado el valor de la sexualidad a tal extremo, ¿cómo no va a
resultar una derivación previsible rechazar su principal consecuencia,
el embarazo, que requiere un compromiso existencial serio? Tan fácil
como copular irresponsablemente es eliminar el producto, ahora con el
visto bueno de la ley, sin pensar siquiera que se está sacrificando un
ser humano vivo e indefenso. “Si no se actúa como se piensa, se termina
pensando como se actúa”. Todo se justifica, todo se trivializa, todo se
acepta; campea el egoísmo, el falso concepto de “hacer el amor”, como si
el amor no fuera, más que recibir, dar y darse, respetar y proteger.
Los
conceptos de bueno y malo, incluso en cuanto a las consecuencias
alejadas que un aborto provocado suele tener para la mujer, se han
borrado. Se pretende que la legislación suprima definitivamente la línea
divisoria y avale todo. Se hace del asunto, por parte del legislador,
una cuestión de proselitismo: cuanto más permisivo sea, mejor; el
libertinaje toma el lugar de la libertad; tanto mejores serán los
gobernantes cuanto más favorezcan lo que le gusta y hace la mayoría, por
más que sea incorrecto e inclusive criminal. Todos “se lavan las
manos”.
Y para colmo de todo esto resulta lamentable, además, la situación
a que se ven enfrentados los ginecólogos; formados para defender y
conservar la vida y quienes deberán ser los “ejecutores” y cuya
conciencia (que algunos discuten!) quedará teñida de sangre inocente,
todo a causa de la irresponsabilidad de terceros, tanto de quienes
solicitan la ejecución de un aborto como de quienes votan la ley que lo
permite.
Dr. Ricardo POU-FERRARI
Médico-Ginecólogo