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21.2.24

¿Normas o límites?

Las normas facilitan las conductas positivas.  Los límites sugieren algo rígido y sancionable.

Casi siempre, cuando se toca el tema de la educación de los hijos existe la tendencia  a hablar de límites : "estos chicos no tienen límites" o "a fulanito no hay quien le ponga límites". La palabra límite alude a una línea que marca la separación entre un terreno y otro, sugiere algo rígido e inamovible. Traspasarlo casi siempre merece una sanción. En educación familiar me gusta más hablar de normas.

Una norma puede ser útil en un determinado momento; en otro será necesario revisarla y ajustarla puesto que, la vida y especialmente la vida familiar, es muy dinámica. Las normas, si explicamos los por qué de las mismas, ayudan a los hijos a tener criterios claros sobre lo que se debe hacer y lo que no.

Cuando transitan la primera y segunda infancia van surgiendo espontáneamente entre ellos normas a través del juego, el uso del baño, la habitación compartida, los juguetes y, sobre todo, por el hecho de tener el mismo papá y la misma mamá: ¡me toca mí!, vale hacer esto… no vale hacer esto otro. Estas normas o costumbres naturales, que son fruto de la estrecha convivencia entre hermanos, no podemos dejarlas a su arbitrio. Si no son convenientes o justas, debemos mediar con nuestra autoridad paterna y, según el caso, dar explicaciones. La intervención paterna implica que, en vez de limitarlos, les abrimos las puertas de la inteligencia y de la voluntad al tiempo que educamos sus sentimientos.

¿Quién es partidario de menos límites y más normas? Porque cuando queremos señalar un límite casi siempre empezamos con la palabra "NO" y nuestras indicaciones fácilmente resultan ineficaces.

Al establecer y explicar una norma empezando la frase con expresiones claras y positivas, facilitamos su comprensión y vivencia. Vale la pena establecerlas en la familia, ayudar a su cumplimiento, respetarlas nosotros y modificarlas según las circunstancias.

Todo esto da pie, según las edades, a fructíferos diálogos entre padres e hijos. Reservemos la palabra "no" para ocasiones puntuales en las que es perentoria y entonces, pronunciémosla con la serenidad que otorga el amor: de esa manera se torna mágica.

Ana María Abel Mg. Ciencias Familiares

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