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20.4.19

¿Tenemos miedo del silencio?

Hoy, un chico menor de 18 años, mientras mira la tele suele hablar por celular, navegar por Internet y hacer tareas escolares o liceales. Solo 20% usa un medio a la vez.

Diariamente comprobamos cómo nuestros chicos precisan del acompañamiento sonoro hagan lo que hagan: estudiar, conversar, correr. Esto causa estragos no solo de contaminación acústica, sino también en su modelo de pensamiento y actuación.

Cuando el ruido se instala en nuestras vidas provoca una actividad agobiante de la que no somos conscientes. En la última década se ha triplicado el sonido recreativo, nos hemos acostumbrado a la estridencia del tránsito, de la televisión y de los múltiples aparatos de reproducción de música. También a los exagerados decibeles de nuestras propias voces pues, para entendernos debemos alzarlas.

Los médicos afirman que sea cual sea la sensibilidad sonora individual, el cuerpo humano nunca deja de reaccionar al recibir simultáneamente estímulos de estas características. La forma de escuchar música, derivada de las nuevas tecnologías, ha incrementado un 25% el número de consultas. Los especialistas hacen hincapié en que, el acostumbramiento del sistema auditivo a decibeles altos, es adictivo: escuchar música fuerte hace que cada vez se necesiten volúmenes superiores para poder oírla.

La sociedad del ruido fomenta contravalores, como el de la fuerza de quien grita más, la reducción de los comportamientos solidarios, el incremento de las tendencias agresivas. Cuando se hace todo con ruido de fondo, suele caerse en el individualismo, la insolidaridad y la falta de respeto por los demás.

¿Conocemos los beneficios de los tiempos de silencio interior y exterior? ¿Cómo podemos educar en el silencio creador y productivo?

En primer lugar, debemos estar convencidos de que es un valor necesario para lograr buena calidad de vida. Luego, esforzarnos por instrumentar una educación del silencio y para el silencio, enseñando a administrar los tiempos libres como parte de una formación humana integral.

El silencio bien administrado posee un gran poder: permite vislumbrar senderos interiores por los que transitar para descubrir la riqueza de la propia interioridad y es plataforma de lanzamiento del espíritu humano. 

En medio de tanto materialismo ¿estamos dispuestos al desafío? Al decir de E. Hemingway: "Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar".

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