Las semanas previas a Navidad y Año Nuevo son propicias para plantearnos, padres e hijos, un sinfín de preguntas. ¿Qué esperamos de quiénes están a nuestro lado? ¿Cuál es el sentido de hacernos los regalos y el por qué de las celebraciones? ¿Cómo queremos vivir las promesas de un próximo año mejor? En medio de algunas oscuridades, tristezas y secretos, ¿qué sentido deseamos encontrar al transcurrir inexorable del calendario?
Parafraseando el refrán popular: ¡Dime qué esperas y te diré quién eres! Nosotros y nuestros hijos tenemos necesidad de ver y sentir, aquí y ahora, que las cosas van a ir mejor en lo personal, lo familiar y lo social: eso en gran parte depende de nuestras actitudes.
Diciembre es un mes para abrir los ojos, prestar atención, volver a centrarse y tomar conciencia del para qué de nuestras vidas. Con frecuencia, las cosas, las cualidades, los
regalos o las personas que buscamos y deseamos dicen mucho sobre quiénes somos realmente: ¡Dime qué esperas y te diré quién eres!
La preparación de la Navidad despierta en nosotros, a la manera como un despertador despierta a su dueño, la conciencia de un riesgo: el de dormirnos en nuestras aspiraciones. Nos recuerda que tenemos que estar listos en todos los momentos de la vida especialmente cuando van quedando por el camino algunas ilusiones, cuando quizá nos hemos acostumbrado a una vida con poca luz y nos hemos permitido anclar en la mediocridad o el vacío.
En pocos días más viviremos unas "noches de paz, noches de amor" y pueden ser ocasión de rectificar si vivimos este tiempo previo como oportunidad de cambios: finalicemos con una enemistad, hagamos las paces, busquemos a un amigo olvidado, despejemos la sospecha y sustituyámosla por la confianza, escribamos una carta de amor, alentemos a los jóvenes a tener confianza en sí mismos y sepamos mantener o restaurar una promesa.
El tiempo vuela, las fiestas se nos vienen encima: ¡calma! Respondamos con dulzura, aunque espontáneamente no nos salga, encontremos tiempo y tomémonos tiempo. No guardemos rencor. Perdonemos y pidamos perdón si nos hemos equivocado. Escuchemos más a los otros. Tratemos de comprender. No seamos envidiosos. Compartamos nuestros pequeños tesoros: sonríamos un poco ¡sólo un poquito más! Seamos agradecidos. Vayamos a la iglesia.
Son sugerencias para alegrar el corazón de nuestros hijos y el de otros familiares. Entonces el nuestro propio rebosará de paz. Así será posible vivir efectivamente "noches de paz, noches de amor".
Preparémonos para vivir de la mejor manera estas fiestas.
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