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16.4.14

Los eclipses empiezan y terminan. Las crisis, lo mismo.


En un matrimonio hay tres entidades: el esposo, la esposa y el matrimonio en sí mismo: el “nosotros”. ¿Qué pensamos de un organismo vivo si no crece? Que está enfermo o se está muriendo. Cuando un matrimonio se estanca en una etapa, deja de crecer y puede morir.
 

En los años que van desde el 3º al 10º de casados, suelen darse realidades predecibles y necesarias que involucran lo físico, emocional y espiritual de ambos y del “nosotros”. Algunos la llaman la etapa del amor realista.

El realismo lleva a aceptar que la relación no será un idilio eterno, una unión maravillosa si no ponemos esfuerzo.  Pueden aparecer la rutina, el cansancio, tensiones... El primer indicio de que lo romántico se está acabando suelen ser las diferencias que aparecen comentarios como: “¡has cambiado! No eres la misma persona con la que me casé!”...


Es básico en esta etapa comunicarse mutuamente las necesidades y expectativas respecto a los hijos, el trabajo, los amigos, el deporte, etc.  Los conflictos posibles deben ayudar a madurar y expresar una sana autonomía. Hay que evitar tanto la “compenetración” total, como el desacuerdo sistemático. Hay que luchar por la unidad en la diversidad personal. Si un cónyuge presionara al otro para que regresara a la primera etapa, ya sea con sugerencias, reclamos o con súplicas desmedidas (chantaje emocional) surgiría un conflicto más importante, se irían alejando espiritualmente uno del otro. 


Los jugadores de ajedrez descubren la estrategia del juego a medida que progresa la partida y sus metas al principio de la jugada no son las mismas que al final. De la misma manera cada etapa del matrimonio tiene una tarea a completar antes que comience la siguiente.  Sugerimos:

  • Aceptar que no pueden pretender que su relación matrimonial satisfaga todas sus necesidades a la manera como una madre satisface todas las necesidades de su hijo.
  • Idear una nueva manera de configurar su relación. Concederse tiempo para estar solos, restableciendo relaciones con sus amigos y familia, sin dejar de realizar y disfrutar actividades en común y “de a dos”.
  • Reconocer expectativas y funciones que tienen uno del otro y compaginar ambas maneras de ver las cosas considerando al otro como adulto y no como un padre o un hijo. Para ello hay que saber reconocer sinceramente y comunicar las propias necesidades humildemente.
  • La llegada de los hijos, obliga a afrontar y equilibrar los distintos papeles de marido y mujer, madre y padre, a definir las responsabilidades de cada uno: quien se encarga de qué: cuidado, atención, proporcionar sustento económico… Hay que negociar qué funciones desempeñar en cada momento.
  • Aprender a entenderse, revisar aspiraciones personales y considerar despacio y muchas veces los compromisos asumidos al casarse.
  • Aprender a enfrentar tensiones y conflictos, sin dejar de mantenerse unidos. Y de ser necesario, saber pedir ayudas.
Estas actitudes influyen positivamente en el mantenimiento de una excelente relación y logran que una crisis finalice con el plus de un amor más maduro.

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