La adopción es también un canto a la vida, una sinfonía hecha de abnegación, amor incondicional, generosa paternidad y maternidad no menos valiosa por no ser biológica. El desinteresado amor a la vida es nota dominante de esa sinfonía.
Con algunos entablé conversación: los expresivos y escrutantes ojitos de los niños atraen, fascinan. “¿Son mellizos?”. Recibí una frecuente respuesta: “Sí, los hemos buscado.”
Tantos mellizos o gemelos parecieran un canto a la vida. Su inocencia cautiva e impulsa a pensar afirmativamente: ¡sí, estos niños son un canto al amor y a la vida! Inmediatamente surge una punzante duda: ¿cuántos de sus hermanitos murieron en estado embrionario para que ellos hoy
paseen con sus padres? ¿Su vida justifica la muerte de tantos otros niños desvalidos e inocentes? Sus padres, ¿son informados adecuada e íntegramente de cuántos de sus hijos morirán en el proceso de la fecundación artificial?
Esta inquietud en días navideños se plantea con fuerza nueva: son jornadas de recuerdo de cuándo Dios se hizo Niño para poder hablarnos cuando fuera Hombre con su vida y su palabra. Palabra de Luz y Vida: vida y luz que tantos niños gestados no gozarán nunca.
Aplaudimos los avances científicos y tecnológicos aplicados a mejorar la vida. Nos entristecen esos progresos utilizado so pretexto de “servir” a la vida y nos pesa el dinero gastado -que no invertido- que bien podría ayudar a vivir a niños ya nacidos pero carentes de padres y alimentos. ¿Qué nos está sucediendo? ¿Es solo ignorancia, es individualismo? ¿Estamos relativizando la maternidad y la paternidad por influencias crematísticas?
Quisiera ver por las calles del mundo, matrimonios jóvenes que sufren la esterilidad y la colman con la paternidad adoptiva, que lleven de la mano o en cochecitos a niños de otro color de piel, con rasgos diferentes, niños que han encontrado el hogar que los acoge y quiere, que los ha salvado del abandono.